Todo comenzó en diciembre 2010, cuando el coro Carlit organizó un taller de gospel dirigido por el afroamericano Walt Whitman, director de Soul Children of Chicago. Un músico con un gran carisma por su humanidad, su capacidad de comunicar y una fuerza interna difícil de describir. Participamos en el coro unas ciento setenta personas, maravilladas por la fuerza y la energía que nos transmitió. A partir de entonces salió la propuesta de participar en un taller de gospel en Chicago dirigido por él mismo. Era una gran oportunidad para vivir en directo el funcionamiento de las comunidades gospelianas. Se formó un grupo formado por personas de diferentes coros de Cataluña. Tras siete meses de ensayos, el grupo se fue cohesionando gracias al poder de la práctica musical colectiva. De unas personas desconocidas, salió un coro de unos cincuenta cantores, ¡todo un milagro! El sueño de ir a Chicago, por fin, se hizo realidad. Disfrutamos de un auténtico viaje iniciático.

Me llevo una maleta llena de vivencias esenciales del gospel
Para mí ha sido un regalo conocer a Whitman y el auténtico gospel. Estoy ilusionada en compartir mi experiencia junto con una recopilación de testimonios de personas que han participado de la magia del gospel en directo y no les ha dejado indiferentes. Lo recuerdo como una vivencia inolvidable.
Quisiera destacar los sentimientos de cuatro momentos claves que he vivido con el gospel:
Del primer taller:
Cuando cantaba en medio del grupo tenía las emociones a flor de piel. Me sentía conectada con la energía de la tierra y me salía una sonrisa de dentro del alma que me transformaba. En el concierto final del taller, sentí en el escenario una gran fortaleza, y saqué lo mejor de mí misma. Me salió la voz que tenía escondida en mi interior.

De Chicago:
Participar en diversas celebraciones de gospel me transmitió vitalidad y ánimo. Observar a los afroamericanos cómo se expresaban, con una fe que mueve montañas, me dejaba boquiabierta. Percibí que los niños del Soul Children of Chicago cantaban ilusionados, para ellos es un motivo para superarse. Al escucharlos se me puso la piel de gallina, notaba que disfrutaban plenamente. Me enamoró Joseph, el más pequeño, con sólo mirarlo me transmitía armonía. ¡Unos momentos que nunca olvidaré!

Del segundo taller:
Quedé impregnada de una gran fuerza que me ayudaba a salir de mí misma. Sacaba miedos e inseguridades, y acabé llorando de emoción. Creo que no hay palabras para explicar las vibraciones que se respiraba en este ambiente tan energético.

Del concierto en el Teatro Victoria:
Son muy fuertes también las emociones que viví. Whitman contagió su entusiasmo a los doscientos cincuenta cantores que seguían el ritmo con armonía en el escenario. Se creó una buena conexión con los mil doscientos espectadores convertidos en parte activa del concierto, que imitaban el canto y los movimientos. Cuando vi las lucecitas de los móviles que se iban encendiendo que salían del público, me transporté a los conciertos de mi juventud. La energía positiva de la música transmitida con la unión de todos, me conectó con los valores de paz, fe, amor, tolerancia, solidaridad, compromiso y respeto.
